No me voy a derretir

Llegué a Vigo, tierra natal de Víctor, en medio de una tormenta. Galicia tiene fama de lluviosa así que venía preparado, aunque sea mentalmente, ya que apenas arribado al hotel, mojado aunque no derretido, me fui hasta el Corte Inglés más cercano para comprar, nuevamente ya que en cada viaje hago lo mismo y me olvido de traerlo, un pilotín o poncho de pescador que me proteja del agua.

Una vez cubierto cual peregrino hacia Santiago, me voy a pasear por la ciudad, primero bajando por el puerto hasta llegar a la preciosa ciudad antigua, toda de rocas ella, ubicada sobre una colina con vista a los embarcaderos. Como el hambre empezó a acechar, me compré una especie de manzana cruzada con pera que devoré mientras regresaba al hotel adonde finalmente me entregué a una reparadora siesta de cuatro horas.

Cayó el sol y llegó la hora de probar sonido en La Casa de Arriba, donde el sonidista Anxo tuvo que hacer malabares para juntar los cables necesarios para hacer sonar mi guitarra y voz. Una vez concluida esta titánica tarea, me llevó primero a ver la prueba de sonido en La Fábrica de Chocolate, donde me presentó a un regordete y calvo sonidista, y luego a cenar a Palo y Palo donde mientras degustaba un alucinante plato de pez espada al brandy, recomendación de su dueña, hablamos de la gira de GP por Galicia hace cuatro años para finalmente descubrir que ese regordete pelado no era otro sino Bobby, sonidista del Camaway de Pontevedra, y artífice y culpable de mi más trágicamente cómica y espeluznante experiencia sobre un escenario. Un mundo pequeño, ¿verdad?

Al empezar el concierto éramos pocos, muy pocos. Pero esto ayudó a generar un ambiente familiar y de confianza, y a medida que avanzó la noche el garito se fue llenando y la diversión aumentando, tanto que hizo aparecer por primera vez en la gira a Rubin, la rockola humana, terminando el set list con canciones a pedido y cerrando una noche espectacular, como no podía ser de otra manera en Galicia, con Crying in the rain.